Cosas que pasan

 

    Dicen que uno se desgasta con los años;  la vista se cansa,  la expectativa se adormece...  ¿o será el mundo el que cambia? —al menos, así se siente: los colores se tornan tenues, los eventos pierden su poder orgásmico, el mundo se agota… y es natural: a fin de cuentas, la vida no es más que un camino hacia la nada.

     Pero suceden cosas, y esta vez sucedió. Estaba yo en esa especie de limbo indefinido de andar por los cuarentas sin mujer y sin hijos. De mis amores y travesuras pasadas solo quedaban recuerdos vagos, a veces difíciles de recrear en detalles, imposibles de re-sentir en toda su plenitud. Del trabajo regresaba siempre a la misma hora y, ya en casa, hacía más o menos las mismas cosas, todos los días.

     Pero sucedió. Un amigo me presentó a una mujer divorciada que también andaba por los cuarentas y tenía una hija de veintiocho. La mujer no me atrajo en lo absoluto, pero de la hija quedé prendado.

    El amor volvió a tener entonces ese punto exquisito de lo prohibido; la insinuación, el secreto a voces, la mirada delatora, el brillo pupilar, el salto en el estómago ¿estaremos haciendo bien?

     El teléfono que no suena, y cuando suena hace latir el corazón más deprisa... Si tu mamá se entera... quiero verte hoy mismo. ¿Cómo que hoy mismo? ¿Qué sentido tiene querer ver a alguien... así, desesperadamente? —Jefe, hoy amanecí enfermo, no voy a trabajar... y ella de la clase de Física para mi casa, hoy la conferencia de Biología va a ser a todo color.

     Y se dio el primer encuentro, y luego el segundo, y después el tercero. Y por supuesto un día la madre se enteró y armó una escena espantosa. Después vinieron las disculpas, las conversaciones maduras, la invocación al orden, los consejos-celos de mamá, las frustraciones juveniles de la muchacha, la hora de tomar una decisión sabia y responsable.

     Nunca me casé con la cuarentona y tampoco con la hija, pero aquellos meses de locura febril, me alcanzaron para recuperar un pedazo de mi mundo perdido.

     Esas cosas pasan, de veras que sí.